Viaje con Francisco: Cuba, Cuba, en la Casa Blanca
Publicado por Orestes Eugellés Mena
Nos hemos levantado, como todos los días, “a la hora del Papa”. Francisco ya está en pie a las cuatro de la mañana, y el equipo de prensa que lo acompaña tiene que madrugar para poder cumplir la rutina de los controles de seguridad, a veces más dilatados que el que ocupan los hechos que luego serán noticia.
Pero es un día especial. El Pontífice hace una visita de cortesía a Barack Obama, en la Casa Blanca, y la rutina se altera con un exagerado operativo de los guardias del Servicio Secreto, que revisan exhaustivamente el equipaje, mientras los periodistas hacen fila y luego suben al ómnibus casi a paso de redoble.
Antes de entrar a la residencia oficial del Presidente de los Estados Unidos, se producirá una nueva ronda de revisión, y aún así, la prensa vaticana no va a tener carta blanca para ubicarse donde quiera. Solo un fotógrafo se acercará un poco a los dos líderes en el jardín de la Casa Blanca. El resto podrá tomar unas fotografías en que ambos parecen cabezas de alfiler en medio de una multitud de funcionarios separados de nosotros por franjas de césped y cintas de hierro. Unos policías extra-talla han sido ubicados estratégicamente, por si acaso. Detrás de varios cientos de periodistas, se congregan los invitados a la ceremonia oficial para la visita de cortesía del Sumo Pontífice a Obama, la mayoría inmigrantes latinoamericanos. Lo sé, porque todo el tiempo escuché el español a mis espaldas.
Pero ni se imaginen que voy a criticar las medidas de seguridad. Aunque en Washington hay restricciones para portar armas y las normas de control durante la visita del Papa tienen un tinte dramático, el índice de homicidios con armas de fuego en esta ciudad es de 19 por cada 100 000 habitantes, casi el doble que el de México (10) y un poco más elevado que el de Brasil (18). No lo dice alguien que ve la maldad imperial hasta en la sopa, sino The Atlantic, una de las publicaciones más serias de este país y sin ninguna sospecha de “sinistrina” (izquierda), graciosa palabra que utilizó el Papa en conferencia de prensa durante el vuelo que lo traería a Estados Unidos.
Y Jorge Bergoglio, que se ve más como pastor que como príncipe de la Iglesia, no quiere renunciar al contacto con el pueblo. Bendice a todo el que se le acerca y besa a cuanto niño puede. Uno de los periodistas que viajan con el Papa cuenta que en Nápoles, a principios de este año, Francisco recibió un regalo inesperado. El dueño de una pizzería se subió por encima de la barrera y le entregó una pizza, que el Papa recibió sonriendo. Fue un momento divertido para todos, menos para los guardias de seguridad. Acciones como estas -dice Rosie Scammell en el blog Crox, del vaticanista Jonh Allen Jr, que viene en este viaje- son también una prueba de la “vulnerabilidad del Papa”, quien además insiste en viajar en vehículo abierto, en el llamado papamóvil, utilizado para transportarlo a través de las ciudades de todo el mundo.
En los 85 años de su historia, el papamóvil ha proporcionado a los Papas la capacidad de adentrarse en las multitudes y facilita que más gente vea el líder católico. “Son conocidos los numerosos intentos del Vaticano de equilibrar la seguridad, la accesibilidad, la espontaneidad y la innovación tecnológica”, asegura Scammell.
Antes de la invención del automóvil, los papas viajaban encima de un trono, llevado por 12 hombres vestidos de rojo. El primer papamóvil apareció en 1929 y lo utilizó Pío XI. Con los intentos de asesinato, aumentó significativamente la seguridad del vehículo, al que se le añadió vidrio a prueba de balas. Hasta que llegó Francisco. Él calificó el papamóvil clásico como una “lata de sardinas”. Renunció al blindaje, pero con conciencia de riesgo. En declaraciones a un periódico parroquial argentino en marzo pasado, admitió que algo podría pasarle, pero “la vida está en manos de Dios. Yo le dije al Señor: Vos cuidáme. Pero si tu voluntad es que yo me muera o que me hagan algo, te pido un solo favor: que no me duela. Porque yo soy muy cobarde para el dolor físico”.
A este cóctel habría que añadir el odio, que es en este país como una costra dura y espesa. El Representante Paul Gosar, un republicano —y católico— de Arizona, anunció que va a boicotear mañana el discurso de Bergoglio en el Congreso. “Cuando el papa decide actuar y hablar como un político de izquierda, entonces puede esperar ser tratado como tal”, dice. Las opiniones del Senador Marco Rubio las conocemos. Este hombre de origen cubano, ex bautista y ahora católico, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos y un recurrente crítico del representante de Dios en la Tierra -según la religión que Rubio profesa-, escribió un artículo hace unos pocos días en el que desafía al Pontífice por su decisión de viajar a Cuba, antes de Estados Unidos: “El régimen de Castro no tiene ningún poder sobre los derechos que Dios les ha dado”.
Estas opiniones no son aisladas. Una encuesta de Gallup registra que menos de la mitad de los conservadores estadounidenses dicen que tienen una imagen favorable del Papa Francisco. Los puntos de vista del Pontífice en cuanto a la “idolatría al dinero” y el hecho de que ha vinculado el cambio climático con la actividad humana, son la razón de este cortocircuito que podría envalentonar a un loco armado.
Pero Francisco tiene sus prioridades en otra parte –el drama de los inmigrantes en este país, el cambio climático, la paz, abrir la Iglesia a los pobres y a la práctica de la Doctrina Social…- y mientras, hace olas en las redes sociales la imagen de la caravana en la que llegó Bergoglio a la Casa Blanca. Ayer, durante una conferencia de prensa, el Padre Federico Lombardi, vocero del Vaticano, nos advirtió: “Ustedes reconocerán inmediatamente el carro de Francisco; es el más pequeño”.
Cuba, Cuba
El tema Cuba estuvo en los discursos de Obama y de Francisco, si bien el Papa lo aludió elípticamente, como nos había adelantado en su diálogo con la prensa en el avión que lo trajo de Santiago de Cuba a Washington. El Presidente de Estados Unidos intercaló una frase que quedará como una de las más cuidadosas y despejadas de sus ya múltiples comentarios sobre la Isla, desde el 17 de diciembre de 2014:
“Santo Padre, estamos agradecidos por su inestimable apoyo a nuestro nuevo comienzo con el pueblo cubano, que ofrece la promesa de mejores relaciones entre nuestros países, una mayor cooperación en todo el continente y una vida mejor para el pueblo cubano.”
Francisco le respondió con un agradecimiento: “Los esfuerzos realizados recientemente para reparar relaciones rotas y abrir nuevas puertas a la cooperación dentro de nuestra familia humana constituyen pasos positivos en el camino de la reconciliación, la justicia y la libertad”. Cada vez que ambos líderes mencionaron, directa o indirectamente, el restablecimiento de las relaciones con Cuba, los invitados a la ceremonia que estaban a mis espaldas gritaron y aplaudieron en señal de aprobación. También se oyó varias veces un electrizante “Cuba, Cuba”. La islita bloqueada ha vivido para ver su nombre coreado por los pobres de la tierra en los mismísimos jardines de la Casa Blanca. Si esto no es emocionante, que venga Dios y lo vea.
Por supuesto, solo tuve que darme la vuelta y preguntarles por qué aplaudían por Cuba. Todas las respuestas fueron cariñosas, pero les dejo solamente un breve diálogo, en parte porque no quiero alargar más esta nota. Ella se llama Flores Díaz Pardo, es salvadoreña y “house keeper” –limpieza doméstica-. Debe tener unos 60 años. Está de pie tras la cuarta reja que separaba a periodistas e invitados de los principales oradores del acto.
-¿Por qué aplaudí por Cuba? Pues porque Obama y Francisco han hecho bien… Porque nunca tuvimos a un Papa que hablara así, que quiera a los inmigrantes y que quiera a Cuba.
-¿Por qué crees que Francisco quiere a Cuba?
-Porque Cuba es un país pobre y hace milagros para los pobres.
-¿Usted cree en los milagros?
-Sí. Este Papa es un milagro.
Fotos aparte
No son tan buenas, pero permiten al lector tener una idea de lo que les cuento en esta nota.
0 comentarios