Carlos Marx no solo es una referencia para quienes apuestan por un cambio social, sino que hasta sus más enérgicos detractores terminan consultándolo en época de crisis.
Y es que resulta casi imposible esquivar a este economista y filósofo alemán del siglo XIX, quien predijo con exactitud la inestabilidad del capitalismo y luchó hasta la muerte por un sistema que superara sus contradicciones e injusticias.
Tergiversado por unos y demonizado por otros, no caben dudas de que sus ideas eran explosivas.
A pesar de que murió 17 años antes del comienzo del siglo pasado, una encuesta global de la BBC en 1999 lo catalogó como el “Pensador del Milenio”, por encima de otras grandes figuras de la ciencia como Albert Einstein.
Para la segunda mitad del siglo XX, cerca de tres cuartas partes de la humanidad vivían en un sistema político con alguna orientación socialista y de cierta manera inspirado en el pensamiento de Marx, apuntaba el historiador británico Eric Hobsbawm.
A pesar de los cambios y convulsiones de la actualidad, que configuran un mundo muy distinto al de la Prusia que vio nacer a Marx el 5 de mayo de 1818, los últimos dos siglos no han hecho más que darle la razón.
No por gusto las ventas de El Capital, la mejor disección del funcionamiento del sistema capitalista que se haya escrito jamás, se dispararon tras la crisis del 2008 en Estados Unidos y Europa. Incluso el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy fue sorprendido dándole una hojeada al libro.
Con la miopía selectiva de los tanques pensantes del conservadurismo —los mismos de la mano ciega del mercado— es imposible prever una crisis de tal magnitud y mucho menos solucionarla.
La lucidez descomprometida de Marx había dejado las claves mucho antes.
Algunos escucharon, como el economista británico John Maynard Keynes, quien es culpable de cualquier cosa menos de ser revolucionario. Sus recetas contra la crisis y el rescate del papel del estado en el capitalismo marcaron buena parte del siglo pasado, pero incluso sus más elementales preceptos han ido pasando al olvido ante el avance del neoliberalismo.
Marx predijo también que el peso de las crisis recaería sobre los trabajadores y que al final los peces grandes se comerían a los chiquitos en el constante proceso de concentración de las riquezas.
Esa realidad la viven hoy millones de personas, incluso en la rica Europa, donde no solo cayó el Muro de Berlín, sino el muro del estado de bienestar general, que separaba a los trabajadores de la más cruda explotación y les otorgaba importantes derechos sociales.
Aunque categorías como burguesía y proletariado parezcan anticuadas a estas alturas, el reclamo de ese 99 % que está cansado de que el 1 % tome las decisiones importantes, es también una confirmación de que la lucha de clases es el motor de la historia.
Hace poco, un libro de 650 páginas escrito por el economista francés Thomas Piketty se convirtió en un best seller global al rescatar una de las principales tesis marxistas: la tendencia hacia la concentración del capital. Es decir, que con el sistema actual los pobres serán cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos.
El texto generó revuelo internacional y los economistas de traje y corbata salieron a cuestionar las cifras de los últimos 30 años que utilizó el francés.
Y quizá no era para menos. Esa tesis tan sencilla echa por tierra el mito de que la modernidad traería los beneficios de los poderosos a las grandes mayorías. Sin embargo, nadie parecía recordar que Marx lo había desmentido cerca de siglo y medio antes.
Como demuestran las encuestas en el propio Primer Mundo, los adultos de hoy no están seguros de que sus hijos vayan a vivir mejor que ellos y están convencidos de que a sus padres les tocó un mejor momento.
“Todo lo que es sólido se desvanece en el aire”, escribió Marx en el Manifiesto Comunista sobre la tendencia destructora y al mismo tiempo creadora del capitalismo. Era 1848, no había Internet, ni obsolescencia programada ni los teléfonos desechables de Apple.
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