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Sindicalísimo

Hermosa reflexión

Publicado por Orestes Eugellés Mena

El campesino de la sierra tiene, como la mayoría de los cubanos, un antes y un después, un parteaguas que le dividió su historia entre el vejamen y la dignidad

Vista desde el Pico Turquino del Gran Parque Nacional Sierra Maestra, en la provincia de Granma. foto: Osbel Sabiel Silva Licea
Vista desde el Pico Turquino del Gran Parque Nacional Sierra Maestra, en la provincia de Granma.  

Loma arriba, en el sendero rocoso de la sierra, han de ponerse en fila a caminar todos los hombres y mujeres que construyen el futuro de esta Isla.

Cuesta arriba, como hace cada mañana ese puñado de fieles nativos de las cumbres, debe marchar el país con su mochila repleta de aspiraciones y sueños.

Irse al monte empinado, de vez en cuando, da lecciones de vida, y cada quien, si tuviera sus montañas, debiera proponerse conquistarlas con la fuerza matutina del guajiro que parte a sus cafetos en las laderas más altas, que es donde el grano es grande y muy copioso.

En sus macizos de picachos y hondones tiene Cuba un libro abierto para enseñar y aprender.

Hay, antes que todo, una historia larga de combates y victorias, de fusiles y de sangre que recuerdan el precio elevadísimo que costó la libertad. Allí tiene el sacrificio un testimonio fehaciente de lo que es capaz un pueblo cansado de expoliación.

La Revolución escribió en las montañas su triunfo más sonado, y desde entonces, en ellas, como que hizo un altar; no para prender cien velas ni ofrendar reliquias, sino para cultivar presentes que retoñaran futuros.

Sembró escuelas y le nacieron sus propios maestros y doctores, minó la cordillera de consultas y la salud le alcanzó el vigor de una ceiba, se abrieron nuevos caminos y el progreso comenzó a escalar en casas nuevas, en redes eléctricas, en señales de radio y televisión, atenciones que devolvió en más frutas, café, cacao, madera...

El campesino de la sierra tiene, como la mayoría de los cubanos, un antes y un después, un parteaguas que le dividió su historia entre el vejamen y la dignidad. Ha padecido también las estrecheces que impuso por momentos el asedio exterior, y el principio viril de no negociar nunca lo que a fuerza de coraje conquistó.

Varias veces, cuando la amenaza pareció inminente, se viró con orgullo a los cañones y sacudió las trincheras de sus guerras anteriores. Sabe el montañés que Cuba entera volvería al lomerío a defenderse si se atreven sus viejos enemigos.

Sabe también que sus deudas con la Patria son las mismas de todos los cubanos, que hay trabajo por hacer, mucho trabajo que nos ponga a pasos mayores en el camino del progreso, del valernos por nosotros mismos, de comernos lo que seamos capaces de sembrar, de ganar las recompensas por los productos de tanta inteligencia, de convencernos de que habrá mejores caminos, y más casas, y nuevos transportes, y otros servicios en las montañas si de las montañas baja más café, mejores frutas, nuevas riquezas...

La serranía dio los huesos y hasta el alma cuando la Revolución hizo la guerra a la sombra de sus montes. Con el triunfo, la gratitud devolvió en realidades todas las promesas del Moncada. Pero la patria es ara, no pedestal, y el campesino serrano sigue dando de sí, tal cual recibe.

Reciprocar es ser virtuoso. Servir, el modo superior de agradecer.

Tomado de Granma

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