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Sindicalísimo

La colosal obra de Finlay

Publicado por Orestes Eugellés Mena

Cuando en  agosto 1915 fallecía en La Habana Juan Carlos Finlay Barrés, a pesar de sus grandes aportes a la medicina universal, vigentes hasta el día de hoy, el genio y la magnitud de su obra no habían sido debidamente reconocidos

Finlay consagró su vida al bienestar de los demás. 

Cuando en  agosto 1915 fallecía en La Habana Juan Carlos Finlay Barrés, a pesar de sus grandes aportes a la medicina universal, vigentes hasta el día de hoy, el genio y la magnitud de su obra no habían sido debidamente reconocidos.

Mucho empeño y tiempo tuvo que dedicar el científico cubano para que sus investigaciones fueran tenidas en cuenta, pero al final Carlos J. Finlay, como firmaba sus trabajos, logró con su dedicación no solo evitar el fallecimiento de numerosas personas en el mundo; sino sentar las bases para el estudio de la propagación de otras enfermedades, además de la tan conocida fiebre amarilla por la cual se hizo notorio.

Malaria, cólera, dengue y fiebre del Nilo, son solo algunos de los padecimientos cuyas investigaciones, modos de enfrentar, etc, están ligados a su nombre y a los descubrimientos que realizó.

Finlay tomó como base los estudios de varios médicos cubanos que le antecedieron en relación con la fiebre amarilla o vómito negro —como también se le conocía debido al sangramiento digestivo que causaba— y enfocó su búsqueda hacia el modo de contagio de esta enfermedad. El resultado fue la presentación en 1881 a la Real Academia habanera de su trabajo El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla, en el cual indicaba que el agente transmisor era la hembra de la especie de mosquito que hoy conocemos como Aedes aegypti.

Sin embargo, lo más difícil estaba por comenzar. La experimentación tenía que sustentar la teoría, y a ello se dedicó por 20 años. En ese periodo de tiempo, además de formular y divulgar sus descubrimientos, también se empeñó en dar a conocer las principales medidas a tomar para evitar las epidemias de fiebre amarilla que asolaban a la población cubana, particularmente a los ejércitos en pugna durante las luchas por la independencia y luego a las fuerzas de ocupación norteamericana.

El aislamiento de los pacientes de forma que se evitara el contacto con el mosquito y la destrucción de las larvas en sus propios criaderos, fueron en esencia esas providencias. Sencillas pero efectivas, como se demostró durante la campaña de sanidad llevada a cabo en Cuba en 1901, tras la visita de varias comisiones estadounidenses que incluso habían llegado a subestimar los criterios del científico cubano.

En la construcción del Canal de Panamá, esa colosal obra que llegó a sus primeros 100 años, se dice que fueron las recomendaciones de Finlay las que salvaron su ejecución, pues diariamente moría un gran número de obreros a causa de esa enfermedad. No en balde una placa en el lugar perpetúa hasta el día de hoy su contribución.

La censura española mantuvo en silencio durante cinco años sus estudios sobre la propagación del cólera en La Habana, en los cuales certeramente apuntaba hacia las aguas contaminadas como la vía. En Estados Unidos le intentaron usurpar su condición de descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla. Pero ninguno de los contratiempos a los que se enfrentó limitó su perseverancia y su rigor en el trabajo en pos de la ciencia y el beneficio de la sociedad.

Nacido en la actual ciudad de Camagüey, en la provincia del mismo nombre, el 3 de diciembre de 1833, cuentan que tenía una gran afición por el deporte, especialmente el ajedrez. Realizó estudios en Francia, Inglaterra y en Estados Unidos, donde se graduó de medicina en 1855, título que revalidó luego en la Universidad de La Habana; y fue Miembro de Mérito de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.

Pero esencialmente, Finlay fue uno de esos hombres excepcionales que consagran su vida por el bienestar de los demás, un científico cuya obra, en el contexto del mundo actual, se agiganta y enorgullece, al saberlo cubano.

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