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Sindicalísimo

Los cambios electorales respecto a Cuba

Publicado por Orestes Eugellés Mena

Texto íntegro del nuevo editorial sobre Cuba publicado el sábado en la versión digital del influyente diario estadounidense The New York Times

En tiempos pasados, no muy lejanos, todo candidato político creí­ble haciendo campaña en Florida para elecciones estatales o nacionales obli­gatoriamente debía recitar de­nun­­cias contra el gobierno cubano y proclamar su fe en que el embargo a la isla finalmente sacaría a los Castro del poder.

Durante generaciones, para los cubanoamericanos, un grupo que anteriormente fue altamente mo­nolítico a la hora de votar, el embargo representó un símbolo de desa­fío, más credo que política.

Eso ha cambiado drásticamente en los últimos años, a medida que los más recientes miembros de la diáspora se han manifestado a fa­vor de fomentar lazos estrechos con la isla. Cuba sigue siendo un tema políti­co importante en Flo­rida y, hasta cierto punto, a nivel nacional. Pero el tema se ha vuelto mu­cho más complejo.

Esa evolución ha permitido que un creciente número de políticos destacados puedan llamar el em­bargo una política fallida, y argumentar que ponerle fin a la era de enemistad con Cuba representa la mejor oportunidad para fomentar un futuro más próspero en la isla. Muchos industriales cubanoamericanos que defendieron el embargo en el pasado se han convertido en partidarios de establecer nuevos nexos con la isla. El lobby pro-em­bargo, hoy en día, recauda una fracción de los fondos que colectaba en años anteriores. El Presidente Oba­ma recibe actualmente más correspondencia de legisladores que es­tán a favor de reanudar la relación, que de aquellos que aún quieren mantener sanciones.

El cambio ha sido percatado en la Casa Blanca, donde los asesores del presidente están considerando cuánto progreso pueden lograr al ampliar lazos con Cuba, una aspiración que Obama ha tenido hace mucho tiempo. El presidente se pronunció a favor de abolir el embargo cuando era candidato al Senado en 2004, aunque se retractó durante la contienda presidencial, argumentando en 2008 que las sanciones permitían que Washington ejerciera presión sobre el gobierno cubano.

Cualquier giro significativo en política exterior respecto a Cuba sería riesgoso. Pero la reacción de quienes se oponen a normalizar la relación sería tolerable, aún en la comunidad cubanoamericana, si se tienen en cuenta las oportunidades que una expansión del comercio, comunicación y relaciones in­ter­personales re­presentaría para em­presas norteamericanas y cubanos en la isla.

Charlie Crist, el antiguo gobernador de Florida, quien se ha postulado para regresar al cargo, recientemente dijo que estaba dispuesto a viajar a Cuba durante la campaña. Aban­donó la idea, di­ciendo que su agen­da estaba de­ma­­siado apretada. Sin embargo, Crist ha dicho enfáticamente que el embargo es una política obsoleta que debe ser abandonada.

Hillary Rodham Clinton escribió en su autobiografía recién publicada, y lo reiteró en una entrevista, que hoy en día está a favor de terminar el embargo, llamándolo una estrategia fallida que le ha dado legitimidad a los Castro.

En Florida, los congresistas han planteado posiciones respecto a Cu­ba que, en otra época, hubieran re­presentado un suicidio político. Ka­thy Castor, una representante De­mócrata de Tampa, viajó a la isla el año pasado y, a su regreso, hizo un fuerte llamado por terminar el em­bargo, diciendo que Estados Uni­dos no estaba sacando provecho de las reformas económicas que el gobierno Cubano había implementado. Ella piensa que, lejos de que esto le haya costado políticamente, su posición ha sido aplaudida por miembros de su electorado, incluidos los cubanoamericanos, que quieren influir en el futuro de la isla.

Incluso ha habido cambios destacables en Miami, donde el embargo aún cuenta con el apoyo de la comunidad tradicional de cubanoamericanos, un electorado predominantemente Republicano. En 2012, Joe Gar­cía fue el primer cubanoamericano Demócrata de Miami elegido a la cámara baja del Congreso. Aunque apoya el embargo, García tiene diferencias significativas respecto a las posiciones de otros congresistas del sur de Florida. Por ejemplo, está a favor de estudios clínicos en Es­ta­dos Unidos sobre una terapia para la diabetes, desarrollada en Cuba, que ha generado muchas expectativas. Tam­bién quiere flexibilizar las restricciones para quienes desean viajar a la isla.

Aún así, acabar el embargo exigirá mayores giros en la opinión pública, dado que se requiere acción en el Congreso, y hay un pequeño pero apasionado grupo de legisladores de ascendencia cubana quienes abogan por mantener el embargo. Los defensores más visibles son el Se­nador Robert Menéndez, un De­mócrata de Nueva Jersey; el Se­nador Marco Rubio, un Repu­blicano de la Florida; y dos congresistas Repu­bli­canos de Miami: Ileana Ros-Lehtinen y Mario Díaz-Balart.

En abril, durante el auge de la crisis que desató la invasión rusa de una provincia de Ucrania, Me­nén­dez dio un largo y vehemente discurso en el Senado, argumentando que, a pesar del sinnúmero de crisis a nivel mundial, Washington debía tomar nota de los abusos de un “estado policial estalinista” a 90 mi­llas de Estados Unidos. Me­nén­dez, hijo de padres cubanos que emigraron en 1953, mostró fotos de disidentes en la isla, y advirtió que ampliar oportunidades de viaje a Cuba empodera a un estado déspota. Funcionarios de la Casa Blanca temen que Menén­dez podría usar su posición al mando del Comité de Relaciones Exte­riores del Senado, frenando la confirmación de postulaciones a cargos federales, co­mo represalia, si Obama toma me­­didas para flexibilizar el em­bargo.

El repudio que Menéndez siente frente al gobierno cubano ha incrementado, ya que el senador cree que el servicio de inteligencia de la isla intentó destruir su carrera, al difundir en los medios una noticia falsa implicando al senador de haber tenido relaciones sexuales con prostitutas menores de edad en República Do­mi­ni­cana.

A la Casa Blanca le preocupan menos los ataques de legisladores Republicanos, ya que suelen criticar su política exterior reflexivamente. Mientras varios de sus colegas han viajado a Cuba recientemente, Ros-Lehtinen, una de las más fervientes defensoras del em­bargo, parece es­tar desinformada del día a día en la isla. Durante una entrevista reciente, al criticar la visita a La Habana de Be­yoncé y Jay-Z, Ros-Lehtinen ex­presó indignación de que la pareja de artistas se hubiera hospedado en un hotel lujoso al cual los cubanos no tienen acceso, aún si tuvieran dinero. Re­sulta que el gobierno cambió esa regla en 2008.

A medida que el ámbito electoral respecto a Cuba ha cambiado, algunos políticos cubanoamericanos han comenzado a pedir que se evalúe la ley que permite que los cubanos que llegan a Estados Uni­dos se vuelvan ciudadanos norteamericanos de manera expedita. Es­to parece ser a raíz de que mu­chos de los nuevos inmigrantes de­sean mantener vínculos cercanos con la isla y crecieron detestando el embargo.

Más allá de política, para los que no quieren abandonar el embargo, el tema es visceralmente personal, ya que evoca sentimientos de an­cestro, patria y pérdida. Dado que han persistido más de medio siglo, esos sentimientos no pueden ser ignorados. Pero no deben seguir an­clando la política exterior estadounidense en un curso errado que ha generado tensión en las relaciones de Washington con sus vecinos, ha inhibido el comercio con la isla y le ha proporcionado al gobierno cubano una excusa para justificar sus fallas.

Tomado de Granma

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